La película elegida es Tenemos que hablar de Kevin (We Need to Talk About Kevin, 2011) de Lynne Ramsay.
La idea del newsletter no es tomar películas muy trabajadas por psicoanalistas, cosa difícil porque seguramente alguien escribió algo de casi cualquier película, ya vimos que hasta Otto Rank lo estaba haciendo hace más de un siglo. Pero de la de hoy seguro que hay mucho escrito. Recuerdo cuando se estrenó como varios colegas la recomendaban, especialmente a los que, en esa época, trabajábamos con niños y adolescentes. Quizás por tanta recomendación no la vi en su momento. Lo mal que estuve, es una película excelente. Hay material de sobra para elegir, quiero decir que es esperable que se haya escrito mucho, tanto así que lo estamos haciendo acá. Tomo una película muy trabajada porque mi intención está en escribir sobre una sola escena, un fotograma si se quiere. No sé si alguien se detuvo en ese detalle, creería que no, pero cómo saber. Si algún colega escribió algo similar, el crédito es obviamente para ella o él.
La película cuenta la vida de Kevin (Ezra Miller), un adolescente que comete una masacre escolar, tan comunes en Estados Unidos, partiendo del presente que suponemos en los meses posteriores al evento y usando flashbacks vemos, desde el punto de vista de la madre (Tilda Swinton), la crianza en la infancia y adolescencia del joven asesino. No es la primera película sobre el tema, recuerdo una que me había gustado mucho en su momento, Elephant (2003) de Gus Van Sant. Además, está el ya clásico documental Bowling For Columbine (2002) de Michael Moore.
Antes de llegar a la escena podemos ubicar una pregunta interesante que podría plantear la película. Está narrada desde los ojos de la madre, entonces podría debatirse si es el niño que tiene algo mal, que, por cierto, sólo la madre ve, o si hay algo mal en la madre que la hace rechazar al niño de manera delirante criando así un sujeto muy dañado que lo expresa de la manera que suele hacerse en ese contexto cultural. Es decir, el rechazo materno puede, aunque no siempre, constituir un sujeto que rechaza radicalmente al otro, por celos, envidia o simplemente odio. Pero este odio puede expresarse en un asesinato en masa o en pedido de ayuda a un profesional, puede ser un tuitero desagradable o un peleador, la forma que toma el síntoma es sin duda cultural y en los Estados Unidos suelen presentarse las peores modas. A simple vista parecería que la película deja al niño en el lugar del enfermo, pero en el fondo, si casi siempre es una subjetiva de la madre, no podemos descartar que esa subjetividad lee el mundo desde su fantasma, de rechazo en este caso. Agreguemos, la posición del padre (John C. Reilly) como desentendido tampoco ayuda.

La escena de la que hablábamos al principio sucede casi a los veinte minutos. La madre va a visitar a Kevin a la cárcel y este no habla, sólo se come las uñas y las deposita en la mesa, una al lado de la otra, esa es la respuesta a la visita materna. Ese detalle, porque es un pequeño detalle que no hace a nada de la película, dura unos segundos, no aporta a la trama, esa escena podría no estar y la película no cambia en su idea, contenido o historia, aunque perdería mucho de la riqueza narrativa que aporta la puesta en escena de la directora. Ese detalle, es de una sutileza clínica que nos hace preguntarnos cómo es que Ramsay llegó a esa idea. Tanto hay condensado ahí que sólo nos dedicaremos a ese signo, para Kevin al menos es eso.
Lacan, en el homenaje a Marguerite Duras, escribe que en «El arrebato de Lol V. Stein» ella revela saber lo que él enseña aun sin conocerlo. Creo que Acá Ramsay hace lo mismo, no se trata del cuerpo como con Lol sino del objeto. No es una metáfora, es el objeto a. Son uñas, restos separados del cuerpo que se tiran, desechos que claramente acá están en exhibición, son un mensaje a la madre y también un testimonio del hijo. Decir que algo es el objeto a puede sonar un poco excesivo porque a lo largo del tiempo su definición fue teniendo nuevos y distintos sentidos, sin ir más lejos, la a minúscula fue utilizada en un principio por Lacan para referirse al otro {autre}, el semejante. En cualquier caso, una definición que propone en su seminario es la que nos interesa, la que lo sitúa en su función de resto, desecho que marca un vacío que es cubierto por diferentes sustancias episódicas, objetos pulsionales privilegiados. Podría decirse que uñas no lo son, quizás excepcionalmente, además comerse las uñas es algo bastante común, no es signo de nada en sí mismo. El hecho está en qué nos dice esa imagen de la relación de Kevin con el objeto, por eso es tan importante, tan sutil que sólo podría interesarle al psicoanalista. Creería que es el modo en que la directora quiere decirnos que hay un problema estructural con el objeto en Kevin, no es algo solamente conductual, fenoménico, podemos saber la estructura sin saber que hizo o dejó de hacer. Es una película, pero la búsqueda del elemento diferencial es la misma en la clínica y, si no siempre, casi siempre tiene que ver con la relación al objeto resto, es decir, a cómo sostiene el vacío ese sujeto. Si puede sostenerlo y usarlo como causa, si no puede más que obturarlo y no soportar su apertura, si queda él en ese lugar, etc.
La imagen nos muestra la estructura porque habla de la separación, no es casual que sea la relación madre hijo la conflictiva en la película, que el despliegue sea de uñas y no palabras, que la tensión agresiva se sienta en la escena aun sin saber el horror que la motiva, porque el horror es anterior, existe desde que existe Kevin. La separación es del objeto por eso se simboliza con los objetos que se separan del cuerpo, la expresión castellana ir de cuerpo no es casual, es quizás el modo más representativo de lo que es el desecho y lo que es dejarlo ir, también puede ubicarse en esos objetos no comunes que se sacan del cuerpo como las cascaritas luego de un raspón, la piel del labio que desprendemos como una lámina de piel casi invisible, ni hablar del asqueroso pus de las infecciones. Modos sutiles de simbolizar, cuando no se cuenta con la sutileza eso puede extremarse en casos graves a literales amputaciones. Otro modo que usa Lacan para nombrar lo fallido de la separación es que «el loco tiene el objeto a en el bolsillo». No faltan ejemplos clínicos de ello, podría decirse para Kevin que está en la punta de los dedos, contraste interesante con la frase Freudiana donde señala que lo que no se dice con palabras se lo delata con la punta de los dedos. Como todo lo que puede ser simbólico si se articula puede tener función significante, ahora si se trata del objeto se corta la cadena y es real, no hay ni habrá asociaciones con eso, quizás un tercero pueda aportarlas para sacar al sujeto de ese vacío, que pueda hacer algún tipo de lazo. Freud llama acciones sintomáticas a esas que se dicen con los dedos, como el que niega con palabras pero afirma con los gestos. Lo de Kevin no es eso, sólo significa que significa.
No es el fenómeno sino la estructura, cualquiera puede comerse las uñas, guardarlas quizás, como esas madres que guardan los dientes de leche de sus hijos, o el cordón umbilical, todos signos del a y de la separación pero que no nos dicen nada en sí mismos, sino en articulación. En la película el silencio agrega a eso no circula, que es un signo que nos habla del lugar de Kevin. Decíamos más arriba que esa imagen hace signo. Como el cine es lenguaje, la directora nos ofrece un S2 para resignificar la escena y de ahí sale la pregunta de más arriba sobre la mirada materna. Es otra vez un pequeño detalle, breve, a los veinticinco minutos aproximadamente la madre está comiendo una omelette con unos huevos rotos, las cáscaras –otra vez el desecho– entre la comida, la vemos sacarlas de la boca y alinearlas en el plato como Kevin con sus uñas. Si seguimos la lógica anterior, madre e hijo compartirían estructura, lo que vuelve más enigmática la posición de la madre, porque sólo la vemos víctima de las situaciones, sobrepasada por un hijo que la rechaza y luego hace eso tan terrible.
