3 – Del pálido delincuente

La película elegida es Libertad condicional (Straight Time, 1978) de Ulu Grosbard

En apariencia trata sobre la difícil reinserción en la sociedad –es el eufemismo que se suele usar– de un ex convicto, Max Dembo (Dustin Hoffman), luego de pasar seis años preso por un robo a mano armada. La película comienza con Max saliendo de la cárcel, y mientras pasan los minutos nos enteramos que salió con un régimen de libertad condicional, que la película nos hace saber cómo funciona de manera orgánica en los diálogos y acciones de los actores evitándonos el cada vez más común diálogo expositivo.

Primero vemos salir a Max de la cárcel, llegar a Los Angeles y en una muy bella escena lo vemos pasear libre por la noche de la ciudad, pedirse un pancho e irse casi sin pagar, excelente detalle mostrando a quien no maneja dinero hace tantos años. Llama por teléfono reportándose con su número de legajo o de convicto y se va a un hotel. La música que acompaña su paseo y el modo cálido y cercano con que está filmada esa primera noche sumado a lo que sigue nos hace empezar a querer al personaje.

Por la mañana llega un poco tarde a su cita con el oficial de libertad condicional, el señor Frank (Emmet Walsh), que, aunque se muestra muy amable lo conoceremos como el perverso que es. En el pequeño diálogo que tienen en la oficina se ve a Frank jugando con Max demostrando que puede hacer lo que quiera con él, no sólo por las obligaciones legales del caso, sino que claramente Frank hace uso de esas obligaciones para abusar de su lugar de poder con la intención de angustiar y tener a su merced a Max, cosa que logra y una vez que lo hace decir lo que él quiere se muestra amable permitiéndole cierta libertad que pronto le va a robar.

La película nos muestra a un Max queriendo tener una vida normal, sabemos que estuvo detenido varias veces por delitos menores, pero ahora quiere un trabajo, un amor y un lugar donde vivir. Y consigue todo eso rápidamente, pero aun así la vida en libertad se le complica, se encuentra con obstáculos todo el tiempo, lo veíamos con el señor Frank y lo vemos con la esposa de su amigo que no quiere que lo visite porque es una mala influencia. Max quiere reconectar con sus amigos, después nos enteramos que puede ir a visitar a otras personas del mundo del crimen, pero busca a su amigo que tiene una familia para ir a cenar con ellos y pasar un buen momento. Willy (Gary Busey) lo pasa a buscar y le cuenta, para mayor contraste, que él consiguió trabajo gracias a su oficial de libertad condicional, que lo dejaron quedarse con el trabajo. Luego tienen una cena agradable, la relación del matrimonio de Willy es bellamente mostrada en ciertos reclamos que hace la esposa y como maneja las situaciones, tanto es así que cuando Willy se va a acostar a su hijo, ella aprovecha para, no queriendo herir a Max, herirlo, le dice no sos como nosotros, Willy está bien y vos mal, aun cuando también es ex convicto, aun cuando se inyecta heroína a sus espaldas.

Así llega el tercer golpe para Max. Llega a su cuarto y se encuentra el señor Frank revisando sus cosas, se incomoda y se empieza a preparar para su cita, Frank, por si no nos quedaba claro que era un desagradable, pregunta «¿es blanca?». Encuentra los fósforos que uso Willy para drogarse y revisa a Max y lo esposa a la cama para volver a llevarlo a la cárcel.

Max sale vencido de la cárcel, estuvo unos días a merced del señor Frank que no pudo sacarlo antes porque estaba ocupado y en el auto lo quiere llevar a confesar quién se drogó en su cuarto, dejándolo en una situación sin salida, si confiesa vuelve a ir preso por dos o tres años, si no confiesa le hará su libertad condicional imposible. Entonces, Max explota en medio de la autopista y a toda velocidad empieza a pelear con Frank, en una de las escenas más tensas y realistas de peligro en la ruta que haya visto en muchos años. Es increíble que una película de hace 45 años genere más emoción que una actual con lo que se supone avance de la tecnología de efectos especiales. Las películas de ahora no generan nada, los autos son de mentira, las escenas generadas por computadora se saben falsas, no hay nada en juego, los autos vuelan, explotan hacen de todo y eso no vale nada. Una corta pelea en un auto en la autopista nos tensa, nos preocupa qué va a pasar, se pueden lastimar en serio, se pueden morir.

Así vemos como el señor Frank recibe lo que se merece, quedando humillado en la autopista para placer de todos. Y Max corre a su vida anterior, a conseguir un arma y volver a robar.

Acá podemos frenar a preguntarnos, es que Max se vio obligado a volver a esa vida porque la realidad no le dejó opción, o no daba más de retomar su vida criminal y encontró la excusa para hacerlo, excusa que incluso algún espectador podría justificar. La respuesta es sencilla porque cualquier excusa no es más que eso. Si alguien quiere algo lo hace o no lo hace, luego puede justificarlo o no, pero son caminos distintos, de hecho, también la película abre la muy importante pregunta de si Max hace lo que quiere o no puede hacer otra cosa. Primero le creemos al personaje cuando dice que quiere rearmar su vida, lo hacemos no porque seamos ingenuos sino porque él también lo cree, o sea, creemos que él se lo cree, no lo suponemos cínico como hace el señor Frank, también podríamos suponer que si las cosas hubieran sido más amables en la libertad de Max este no hubiera vuelto al crimen tan rápidamente, pero dudamos que no hubiera vuelto. Para esto nos basamos en ciertos eventos que se ven en la película, uno es que no da más de hacerlo, con un arma rota roba un almacén sólo por hacerlo, luego cuando puede dar un golpe en un juego de póker quiere hacerlo, aunque no están dadas las condiciones y el compañero (Harry Dean Stanton, –a quién le tenemos especial cariño por ser el protagonista de Paris, Texas, película que da nombre a este newsletter–) tiene que insistir mucho para que no lo haga. Primero no da más y después, no puede parar. En los robos que realiza está todo cronometrado, pero aun así sigue y sigue, su amigo no deja de señalarle que deben irse y él siempre quiere un poco más. Además, también está el compañero que es alguien que sentó cabeza, le va bien en su trabajo, pero en cuanto puede le dice a Max «sacame de acá, no puedo sostener más esta escena, me está matando», son iguales, lo mismo podría haber dicho nuestro protagonista.

Hasta este punto podemos ver dos niveles en la película, la lucha interna de un hombre entre enderezarse –ese es el título original de la película, Straight Time– y volver a la vida criminal con el costo que eso podría tener, a nivel narrativo estaría bien, no es una historia básica, sino que tiene sus complejidades. Lo bueno de esta película es que hay un nivel más, el más interesante si se quiere. Que es la pregunta sobre si Max delinque para ser atrapado, si Max quiere ser libre.

Esto se ve en distintos momentos con su, llamémosle, interés amoroso. Una breve digresión antes, el personaje femenino, Jenny (Theresa Rusell), es el peor escrito de la película, lo que es una pena porque lo que destaca en ella es lo reales con son los personajes, todos, hasta la mujer de Willy que está sólo en dos o tres escenas, puede generar identificación. Amables u odiables todos nos llegan. Jenny al principio está bien presentada y es interesante el acercamiento entre ellos, pero a partir del segundo acto está de adorno. Está porque Max necesita una casa cuando está prófugo o alguien con quien conversar para avanzar la trama. Todo lo que sucede en la relación de ellos podría ser creíble si el personaje de ella estuviera desarrollado y no fuera alguien que dice sí a todo sin mucha justificación. Solo al principio encuentra un motivo, y esto nos lleva de nuevo al tema. En la cena que comparten se lo escucha a Max hablar de la vida en prisión, de que todos los días te pueden matar, en el patio, en la celda durmiendo, con una cuchara. Para después comentar que hay personas que prefieren estar adentro, «pero vos estás contento de estar afuera, ¿no?» dice Jenny, a lo que Max responde «es como un sueño, una fantasía» pero por más que lo haya pensado nunca imaginó que estaría ahí «con un nudo en el estómago». Habría que ver a qué atribuir ese nudo en el estómago, podría ser que como a cualquiera cumplir la fantasía venga acompañado de malestar, incluso lo que es agradablemente fantaseado puede ser desagradable en los hechos. En cualquier caso, la respuesta es ambigua, no es un rotundo sí, de hecho, todo el primer acto vemos a Max entre tenso y angustiado, la gestualidad de Hoffman es perfecta en ese sentido y la cena no es excepción, la expresión al tener que responder esa pregunta, si quiere estar afuera, no deja duda del conflicto interno, aun cuando seguramente la respuesta yoica sea afirmativa.

El segundo indicio del conflicto es en esos robos que no puede cortar, no importa la insistencia de su amigo, no puede parar, quizás en el fondo quedarse más tiempo tiene otros motivos que hasta Max desconoce, porqué arriesgarse tanto a ser atrapado si puede escapar con un buen botín en el tiempo pactado. Por último, después de haber pasado por el momento transformador, el asesinato de su amigo y volverse él un asesino lo escuchamos ahora sí sincerarse. No va a seguir escapando con Jenny «¿por qué no puedo acompañarte?» le pregunta, «quiero que me atrapen».

Lo que nos presenta una gran verdad, es más común de lo que se creería que alguien no busque su bien, sino que, paradójicamente, incluso sin saberlo, busque el castigo o el sufrimiento. Freud describe brevemente a los que delinquen por conciencia de culpa, aunque en este caso la cosa va más allá, en psicoanálisis eso se llama pulsión de muerte, pero sobre eso hablaremos en otra entrega.