La película elegida es Las venganzas de Beto Sánchez (1973) de Héctor Olivera.
La venganza es uno de los tropos más explotados en el cine, desde El vengador anónimo (Death Wish, 1974) hasta Kill Bill (2003) hay una gran cantidad de ejemplos destacables, por tomar dos hitos del género. La estructura básica es la de un protagonista o alguien cercano que sufre un perjuicio, en general irreparable y como compensación este pasa a vengarse de todos los participantes de esa terrible acción, en general les depara la muerte. Todo este proceso busca la catarsis del espectador basándose en la identificación al protagonista, a quién se le realizan nuestros peores fantasmas y sufre en la ficción de eso que no nos deja dormir, por ello las venganzas nos alivian con una justicia que por mano propia nos da la idea de un mayor resarcimiento que la lenta e ineficaz justicia, muchas veces representada como totalmente fallida, por eso el salvaje ojo por ojo es más efectivo que el civilizatorio debido proceso.
Las venganzas de Beto Sánchez, protagonizada por Pepe Soriano no es así por dos motivos. El primero es que no hay un gran perjuicio, el desencadenamiento de Beto es por la muerte del padre, porque muere en un hospital público, porque a su vez él está desempleado y sin posibilidad de conseguir algo a su supuesto nivel, que sería el de alguien que se atiende en sanatorios privados cosa que no puede hacer, con buena pilcha importada que no tiene y un auto de alta gama y no el fitito que maneja. No hay gran perjuicio y, en segundo lugar, tampoco nos es fácil identificarnos con este personaje, en algún momento puede generar algún efecto, quizás en alguna de sus venganzas, pero el personaje genera rechazo, es desagradable en su posición, no por creerse quien no es, en eso no sale del promedio, es porque no es un hombre, es un niño, un niño quejoso que no se hace responsable de ninguna de sus decisiones. Sus venganzas son hacia los que él considera culpables de lo mal que le fue en la vida, estos son: su maestra (China Zorrilla), el cura (Tacholas), la novia (Irma Roy), el teniente instructor (Héctor Alterio), el amigo (Federico Luppi), el jefe y finalmente la madre.
Todos representantes de autoridad que no estuvieron a la altura, si es que eso fuera posible para el que demanda. Esta es una película de gran actualidad, denuncia la desaparición del lugar de autoridad, cuestiona los últimos resabios de esta, nos representa más de lo que querríamos, si es que sabemos todavía de las referencias simbólicas que trata. Supongo que hay quienes no tienen ni esas referencias y la tomarían con máxima literalidad, siendo Beto un héroe. La época que retrata con franqueza es la que Lacan llamó del niño generalizado. Referencia que extrae de la lectura de las Antimemorias de Malreux, donde el autor hablando con un cura, espera que este le diga qué aprendió de los hombres al confesarlos. El cura le responde que en el fondo no hay adultos.
Esta película es sobre un niño, un hijo que pierde a su padre y se encuentra con una desorientación que estuvo presente a lo largo de toda su vida, pero ahora la ve de golpe. El padre es central en la película, la referencia edípica –vemos la evolución del protagonista entre venganzas en charlas con el padre muerto en el cementerio– nos muestra a un niño que todavía recurre al padre, nos plantea la pregunta de a quién se recurre en la era pospaterna o de la inexistencia del nombre-del-padre en la que nos encontramos.
Las venganzas se desencadenan por la muerte del padre «en un hospital», allí en un discurso enfurecido promete vengarlo, porque por culpa de todos, su padre terminó sus días ahí, y no, como hubiera querido, en un cuarto privado con aire acondicionado. Vende su auto, compra dos armas y un cuchillo y sonriéndose armado frente al espejo –adelantándose tres años a la icónica escena de Taxi Driver (1976)– sale a vengarse.
No tomaremos todas las venganzas, aunque cada una vale la pena, no por el resarcimiento, él va con intención de matar y nunca lo hace (el cura muere de un susto), sino porque vemos sus motivaciones infantiles. De hecho, son todos personajes de otra época, de su infancia y adolescencia y allí quedó detenido.
Empezamos con la tercera venganza que es contra Mabel, su primera novia. Ella se alegra mucho de verlo, van a tomar algo y a pasear por los lagos de Palermo, allí recuerdan su primer beso y Mabel le pregunta por qué no se casó, el responde que sólo tuvo aventuras, «prefiero pagar y a otra cosa». Luego, frente al claro interés sexual de Mabel, Beto comienza con una serie de quejas incomprensibles, que cuánto tardó en dejarlo besarla, y cuánto en poder tocarla, que nunca cogieron en dos años, etc. Razonable, Mabel le responde que qué importa eso ahora, lo busca, pero Beto la culpa de su soledad, esperarla esos años hizo que el quedara sólo en la vida, le dice que no puede que ella es virgen, «hace 20 años no soy virgen», que es una chica decente, «no soy una chica decente, soy una mujer». Allí Beto se congela, no puede responder y la empuja al agua. Ese congelamiento es clave, cae en la cuenta que él no puede tratar con mujeres, por eso paga y a otra cosa. Se da cuenta del verdadero motivo de su soledad, pero a la vez lo desmiente. Algo cede.
La siguiente escena es con la prostituta (Alicia Bruzzo) que ya habíamos conocido al principio de la película con la que Beto puede confesarse, más que con el cura, claro está. En la primera escena con ella, ésta lo invita a pagarle cuando pueda (Beto acababa de perder el trabajo), y le pregunta cómo, con todos esos amigos cajetillas que tiene, sigue con problemas de trabajo, Beto le dice que a ellos no puede pedirles porque piensan que no necesita. Ahora lo tenemos a Beto luego de «vengarse» de Mabel con la prostituta y ella diciendo «nunca fue como esta vez, parecías otro, ¿sabés que dijiste mi nombre todo el tiempo? Me dijiste Lidia», el no recuerda cómo le decía y vemos en la enumeración que ella hace que está el nombre de su primera novia y también su maestra y concluye «ninguno se acuesta con una de verdad, yo soy una intermediaria».
La película empieza en Rond Point, un bar cajetilla de Recoleta donde iba gente bien, con autos de lujo que se estacionan de frente a los grandes ventanales del bar de la Avenida Figueroa Alcorta, allí se ve a un Beto queriendo pertenecer en donde no se le presta mucha atención y su ropa y auto desentonan con los de los demás. En otra escena, se cruza con unos amigos en un bodegón barato en donde se avergüenza de ser visto. Esto sumado al comentario que le hace a Lidia –no puede pedir porque piensan que no necesita–, nos dibuja alguien para quien las apariencias son importantes, quizás lo único que tiene, por eso quería darle al padre apariencias, pretensiones como dice en la próxima venganza.
En la cuarta venganza conocemos a Juanjo, quien parece un amigo de la infancia y en palabras de Olivera es «el primo Playboy», antes lo vimos cuando pagó el sepelio del padre de Beto. En la escena en donde ambos conversan se ve que el intercambio es tanto monetario como de estatus, ropa italiana que le sobra a Juanjo, Beto mintiendo para ocultar su situación y hablando como en el barrio, se va a comprar «pilcha piola piola», comentario que no se le escapa al Juanjo, «pareces el Beto de hace 25 años», marcando la detención de la que hablábamos antes. En la siguiente escena, en el auto, Beto le dice que lo admiraba de chico, que le enseño como vestirse, qué palabras usar, a ser un tipo bien. Esa admiración va virando en ironía para convertirse en una explosión de ira «todo lo que me enseñaste es pura mierda, no me sirvió para nada, (…) para tratar de ser lo que nunca podía ser, (…) un quiero y no puedo, eso llegué a ser», «43 años, desocupado y encima con pretensiones, y vos tenés la culpa». El recurso de echar culpas es su modo de poder hablar de su propio síntoma. Es interesante cómo puede localizarlo tan precisamente, es una cuestión del ser, un quiero y no puedo con pretensiones, eso soy. Ser y feminidad, los problemas irresolubles de Beto. Se «venga» de Juanjo en un descampado desnudándolo y humillándolo.
Con cada venganza Beto va ganando confianza en sí mismo, perdiendo el miedo y sintiéndose mejor que nunca. Hasta que llega la última venganza que es para su primer jefe, esta resulta fallida. Cuando va a buscarlo él no se hace responsable, como Beto, y le dice que tiene un jefe y este otro y este otro más. A quién culpar entonces, este tipo de estructura, siempre hay un Otro más malo y más lejos se repite mucho en el cine, en especial en «los malos» que siempre tienen un superior más malo, en cualquier caso, esta caricaturización del no hay Otro del Otro, indica a Beto que su camino de revancha está errado, cosa que sigue sin poder aceptar «me siento como si nadie tuviera la culpa, como si no me hubiera vengado de nadie, todo lo que hice no me sirvió para nada. Alguien debe tener la culpa» y agrega una última venganza, a su madre, llegando al absurdo.
La regresión de Beto a esta altura es máxima, le reclama a su madre por qué lo trajo al mundo, ella es la culpable de todo, hasta que se quiebra, «pobre hijito, mi chiquito» dice la madre, agregando «ya no sos mi bebito, qué lástima», y Beto comprendió, «no soy un bebito, tenés razón, soy un hombre». Y así como Lacan indica sobre el Hombre de las ratas con la intervención inexacta pero verdadera, con gran desconcierto responde el comentario de la madre a su padre «soy un hombre papá, soy un hombre, ¿qué tiene que hacer un hombre?».
Omití las venganzas a las instituciones, la escuela, la iglesia y el ejército. Entiendo que, aunque pueda leerse la posición de Beto respecto a estas prefiero tomarlas como cierta denuncia social a la que apunta el director y logra. La iglesia emitió un comunicado diciendo que el film era negativo y el ejército solicitó suprimir la venganza de Beto contra su oficial instructor –escena maravillosa, por cierto–. También le negó el subsidio estatal y la película no pudo estrenarse hasta el retorno de la democracia en el ‘73. Hace poco Héctor Olivera comentó en sus redes sociales: «A fines de los años setenta –plena dictadura– me enteré que en una reunión de altos jefes del Ejército había surgido que yo debería ser boleta pero no por “La Patagonia rebelde” sino por “Las venganzas de Beto Sánchez”. Esos jefes coincidieron en que en LPR el personaje del teniente coronel Varela estaba muy bien tratado, seguramente por mi formación en el Liceo Militar. En cambio la otra, en la que un ex colimba humilla a su oficial instructor, sentaba un pésimo ejemplo».
Las venganzas de Beto tienen la intensión de ser catárticas, pero no lo logran del todo, son analíticas, se excusa en echarle la culpa a otros, pero al hacerlo no puede más que encontrarse con cuál es su parte en lo que se queja. Las venganzas no llegan a ser venganzas, tampoco inversiones dialécticas, aun cuando hay un crecimiento del personaje. Si queremos hacer un símil con un análisis podríamos pensar a las venganzas como las entrevistas preliminares, y la pregunta del final como la que puede hacerse quien consulta antes de entrar en análisis. En cualquier caso, esto es una simplificación, una comedia no es un análisis, aunque un análisis pueda ser una comedia en algunos momentos.