4 – Temor y temblor

Los que van a la oficina / Dicen que todo sirve –Moris

La película elegida es Kajillionaire (2020) de Miranda July

En español la llamaron erróneamente Falsos millonarios, terrible traducción porque kajillonario es claro, es un neologismo que sería como muy remillonario, o como quiera interpretarlo el lector, para eso están los neologismos. Falsos millonarios, primero pluraliza adjetivando directamente a los protagonistas, y segundo, agrega la idea de falsedad que nada tiene que ver con la película. Nada falso en ellos, y ese quizás es el principal problema. Sólo quien tiene la posibilidad de perder algo puede introducir el lugar para lo verdadero y lo falso.

La película trata de una familia, los Dyne, madre Theresa (Debra Winger), padre Robert (Richard Jenkins) e hija sin nombre hasta el segundo acto, representada por Evan Rachel Wood, que según las sinopsis son estafadores {con artists, scammers} que conocen a una mujer (Melanie) que genera gran revuelo en la familia. Si les creemos estamos viendo una de Suar. Quienes conocen a Miranda July por su –muy recomendable– película anterior Tú, yo y todos los demás (Me, You And Everyone We Know, 2005) o su carrera de artista y escritora saben que no es tan simple, y que la complejidad que la guionista y directora quiere transmitir no es la de una comedia de enredos. Además, no son estafadores, aunque engañen a uno u otro. Pero no son estafadores en el sentido clásico, esta película no es El carterista (Pickpocket, 1959) de Bresson, o El golpe (The Sting, 1973) de George Roy Hill, o como ironizan, una de «las de Ocean Eleven». Acá tenemos seres dañados de manera irreparable, que han adoptado al sistema con plena literalidad, sin espacio para ningún tipo de metáfora, un sistema inexorable que ahoga. Ese ahogo está personificado en la hija. La directora plantea una obra que a través de la metáfora y la comedia nos da el aire para soportar lo aplastante del método parental.

La familia no es pobre, elije no perder que no es lo mismo, por eso toda acción debe producir ganancia, si no la produce no sirve. Es una familia sin metáfora, es decir sin amor. La puesta en escena, la espuma cayendo por las paredes, el que les alquila con su problema neurológico que no le deja ocultar sus emociones y sensibilidad, los temblores, la amenaza sin nombre que acecha y puede aparecer en cualquier momento, son modos en que se filtra eso de lo que no se habla en esa familia, lo que se rechaza retorna y lo hace violentamente.

Por supuesto no es todo opresión, por eso hay un recorrido de redención que hace la hija, que nos interesa particularmente. La familia no sabe nada del amor, de hecho, si hablamos de retorno de lo no dicho, con la tierra temblando por ejemplo, es porque lo que está forcluido es eso. Arriba lo llamé sistema inexorable, sería más correcto llamarlo discurso. Ellos están tomados por ese discurso moderno que deja por fuera las cosas del amor o la falta, en general destacada en su reverso como imperativo de ganancia. Son el epítome del capitalismo, los ejemplos que se dan para hablar de él son grandes empresarios, emprendedores, billonarios –suena a neologismo también–, y seguramente encarnan distintos lugares allí, pero los Dyne son la personificación de ese discurso, no pueden perder y no pueden hacer algo que no sirva para nada. Podría argumentarse que están fuera del sistema, no trabajan, no tienen objetos, no son consumidores, claramente son anticapitalistas, por eso el discurso son lugares y relaciones y no conductas, aunque podría decirse que no paran de trabajar, no paran de consumir y conseguir objetos, claro para devolverlos y conseguir el reintegro. Por estructura no es posible el reintegro total del producto, ese resto es la hija. Los padres están adaptados completamente, ella necesita salir con urgencia.

El camino de la hija comienza con un masaje en dónde apenas puede soportar ser tocada, sigue en un curso de maternidad en donde se entera del lazo entre madre e hija, pasa por necesitar palabras de amor y termina entendiendo que sus padres son así y besándose con Melanie, quizás demasiado. En cada etapa podemos rescatar a un sujeto en transformación, aunque la película lleva ciertas cosas al extremo, señala de manera ejemplar las presentaciones de algunos sujetos que consultan actualmente, con su necesidad de ser tocados, mirados, queridos y nombrados.

Melanie entra en escena como una antagonista de la hija, a quién cela por la rápida conexión que tiene con sus padres, por cómo le hablan con tanta amabilidad. Tan extraña es la relación entre ellos que Melanie no se da cuenta que está hablando con la hija, supone que es una conocida. Después nos enteramos que hay segundas intenciones, como siempre, en esa amabilidad de los padres. Ahí escuchamos por primera vez el nombre de la protagonista. Se llama Old Dolio, que no es un nombre, y cuando sabemos el origen nos espantamos. Los padres la nombraron como un viejo vagabundo que había ganado la lotería, por si quizás pensara ponerla en su testamento. Ser-nombrado-para algo es lo contrario a ser nombrado, que pone en juego los propios significantes e ideales. No tiene mucho sentido un nombre, aunque se lo explique, aunque tenga una historia o un motivo, el nombre es palabra, localiza un ser, un vacío, no tiene otro uso, aunque se haga uso de él, vale por sí mismo, puede estar motivado por ideales, por identificaciones, incluso síntomas, pero si es para algo entonces es una función y no un nombre. No por eso el nombre no va a ser problemático, como localiza algo de lo inlocalizable de un sujeto de algún modo hace síntoma, cuando no es condena, eso es un nombre, que nos viene del otro y uno lo toma, o no, como puede. Tampoco es un destino inexorable, incluso Old Dolio podría convertir ese nombre-para en nombre-propio.

Por eso Old Dolio, Oldo cariñosamente, no tiene cuerpo, ni nombre. A simple vista parece una adolescente y la película juega con eso, aunque tiene 26 años, se viste con ropas enormes que ocultan su cuerpo, cubre su cara con su pelo largo, sabe cómo moverse para ser invisible a las cámaras, porque siempre fue invisible.

Cuando van a la casa del moribundo vemos un acting de «familia normal» en el que ella apenas puede aparecer, donde los padres sólo pueden ser amorosos con Melanie. Los Dyne son una a Sociedad Anónima, no una familia. Pero, además hay cierto desprecio hacia Oldo, la madre le recuerda que no puede entender como ella los sentimientos tiernos, el padre le aclara que no es como él, de nacimiento gentil. Por qué la despreciarían si supuestamente todo es en partes iguales. Entre los varios motivos que podrían plantearse, voy a elegir algo que se ve en dos momentos, Oldo escucha música, lo hace con los medios que tiene, es música de espera de call center, y eso que hace no sirve para nada, que la hija sea alguien que quiere algo más allá es algo despreciable para los padres, cómo va a hacer algo que no produzca ganancia. Oldo, aun atravesada por el orden de hierro familiar, es un sujeto deseante, podría decirse que es así porque el guion lo requiere, pero hay algo de verdad en eso, incluso alguien nacido en el ambiente menos propicio para la producción de una subjetividad puede, acaso, encontrar los propios puntos de fuga que lo harán acceder a algo más allá de la implacable opresión, familiar, en este caso.

La música la escucha en soledad, hasta que, quizás, el hecho de escuchar a Melanie tocar el piano sirve de hilo para que pueda desplegar algo más de su subjetividad, pasando por el curso de preparto puede comenzar a demandar a la madre, precariamente, desde la demanda de amor va naciendo el deseo, «1575 dólares si me decís cariño», y aun así la madre no puede, eso hace la «gente falsa».

Decíamos al principio, estos padres no son falsos nada, son verdaderos canallas. No en el sentido del intelectual de derecha que hace uso canallesco de la palabra y de eso goza, sino aquel que no cree en el deseo, que motivado solamente por el goce sólo entiende al otro como bien de uso, se ve esa falta de registro en la escena del jacuzzi. El nivel de falta de registro del otro es tal que no puede más que dejarlo a uno perplejo como le pasa a Melanie que entre angustia y e ironía no puede ni empezar a entender qué pasa por la cabeza de Robert y Theresa.

Al final vemos como no pueden dejar de ser perfectos engranajes de una maquinaria siniestra que los excede, tanto es así que, frente a los pedidos de regalos de su hija, ellos gastan exactamente la parte que les corresponde del reintegro y le cobran a Melanie haberles quitado su objeto más productivo, como siempre se trató de objetos, le cobran con eso, todo lo material de Melanie equivale a una cena costosa más una Old Dolio. Y la hija, habiendo atravesando su propia angustia mortífera gracias al temor y al temblor de la tierra, puede aceptar que ellos siguen cautivos de eso de lo que ahora es libre.