16 – Lo que queda del padre

La película elegida es Mi madre es una sirena (Mermaids, 1990) de Richard Benjamin

Continuamos con las relaciones entre madres e hijas. En este caso una comedia dramática que se centra en una madre soltera con una hija adolescente. No faltan películas de este subgénero dentro de las de madre-hija, en general son comedias dramáticas o dramas, tenemos la excelente Lady Bird (2017) de Greta Gerwig de la que hubiera escrito si no se estuviera tan trabajada, o Cambio de vida (Anywhere but Here, 1999) de Wayne Wang con Susan Sarandon y Natalie Portman, seguramente basada en la película que tomamos hoy pero menos lograda.

Así como Eric Hobsbawn plantea que el siglo XX, el siglo corto, termina en el 90 con el colapso de la unión soviética, podría decirse que la película de Benjamin es la última de ese siglo, la última de la tradición, del Edipo. Al menos el Edipo clásico como lo conocemos. Incluso al ser una película de época, fechada casi treinta años antes de su estreno, muestra que debe ir a buscar al pasado algo que está en caída hace tiempo, no por nada el año elegido es el del asesinato de Kennedy.

Mi madre es una sirena nos muestra un fragmento de la vida de una madre soltera con sus dos hijas. La señora Flax (Cher), su hija Charlotte (Winona Ryder) de 15 años y Kate (Christina Ricci) de 9 años. La trama está centrada en el crecimiento de Charlotte y su relación conflictiva con la su progenitora, ambas protagonistas con posiciones antagónicas, no por efecto dramático, sino por necesidad de la adolescente de distanciarse de lo ilimitado de las acciones de la madre.

La película empieza con la voz en off de Charlotte señalando que «la señora Flax no cree en ningún ritual o tradición», se plantea el tono de la película, el antagonismo, no decirle mamá, y lo mal que está que no crea en la tradición. Algo muy importante para Charlotte que es católica, su madre no tarda en recordarle que son judías, otra oposición a la madre, pero además la religión imperante le viene bien a Charlotte, lo necesita para ordenar su mundo lleno de cambios. Ese es el conflicto de la película, la oposición entre lo constantemente nuevo y lo que se mantiene, y para agregarle interés se ve en roles que invierten lo que se esperaría, una madre tradicional y una hija rebelde es lo habitual. Que sea al revés es ilustrativo de la adolescencia en particular, la oposición es necesaria, pero a la vez del nuevo siglo, en el que estando ya bastante adentrados vemos una juventud conservadora con todas las consecuencias que eso tiene. Con esto, obviamente, no queremos decir que el cambio es malo y las cosas tienen que seguir siempre igual, nada de eso, hay tradiciones terribles que es mejor que terminen, pero también el cambio constante por el cambio mismo no es recomendable.

La señora Flax huye, ese es su síntoma, en realidad no cambia, repite y con ello no deja de estar siempre en el mismo lugar. Escapa al compromiso, a cualquier tipo de compromiso, hasta a sentarse a la mesa a comer una comida con la familia, cocinar algo elaborado ya es «comprometerse demasiado». Charlotte nos cuenta que se mudaron 18 veces y la madre lo justifica diciendo que quedarse en el pasado es la muerte. Su hija no quiere abandonar el pasado porque es lo único que le queda del padre, por eso no quiere cambiar sus botas, de él. Gran parte de la trama transcurre con la joven pidiéndole a Dios distintas cosas. Como sabemos que Dios no es más que un padre engrandecido, la tradición paterna es la que, ya lo dijimos varias veces, está en caída.

Lo simbólico es lo central. La pequeña Kate nada desde que usaba pañales, nos enteramos que su padre era nadador olímpico. Charlotte sólo tiene una foto de los zapatos del padre, y el interés amoroso de la señora Flax, Lou (Bob Hoskins) es zapatero, mucho de la historia gira alrededor del calzado, hasta Lou va a llegar a ese lugar paterno llevando los mismos zapatos que los de la foto de Charlotte. Cabe preguntarse por qué el padre es tan importante en esta película. Sobre la relación madre-hija, dijimos que siempre falta el padre, porque ese lazo representa algo de lo no mediado, que aunque estuviera el padre, habría un resto allí de eso que no es nombrable porque escapa a lo simbólico. En el newsletter anterior destacábamos lo estragante de algunas relaciones madre-hija. En este caso la defensa de Charlotte está en la religión, en Dios, y en sostener al padre que un día vendrá a buscarla. Esa defensa es de ese síntoma voraz de la madre, el nunca parar de huir es agotador para todas, pero más por quien es arrastrado por su dependencia. Es algo muy presente en la clínica de la adolescencia cuando el joven reconoce estar tomado en los síntomas de los padres, pero se siente más atrapado por la convivencia obligada. Que, más allá de esa dependencia, si hay un corrimiento de ese lugar, ciertamente las posiciones de todos son tocadas en lo que se suele llamar la familia adolescente, como le pasa a Charlotte y a la señora Flax en la confrontación final de la película.

Un primer desencadenamiento, o plot point si se quiere, es el asesinato de Kennedy, en donde se ven los efectos de ese magnicidio. Lo primero que hace Chartlotte es pedir por su padre. Otra vez la relación simbólica padre-presidente es obvia, pero no por eso menos impactante. No quedan adultos en el mundo, por eso no pide por su madre. Este evento la lleva a besar a Joe en el campanario del convento. Acá aparece el primero de dos grandes conflictos que son los tradicionales y por los que quizás tenemos un inconciente, sexualidad y muerte. Lo interesante es que la película no es moralista respecto a lo sexual, Charlotte lo es. Y es, como decíamos para diferenciarse de su madre. La señora Flax no tiene problemas con el sexo, los tiene con el amor. Charlotte tiene un fuerte deseo sexual y también una excesiva prohibición, que va a trasgredir con complicadas consecuencias.

Soy una mujer dándose a luz a si misma

El beso la lleva a armar un breve delirie de embarazo que tiene un efecto levemente maníaco, llegando a inventar toda una historia familiar mientras envidia a una familia perfecta. Se resuelve cuando la busca Lou y yendo al médico –no dejamos pasar la violencia obstétrica– a confirmar que no se embarazó por un beso, cosa que ya sabía y pareció haber olvidado.

Mientras tanto vemos como la vida amorosa de la señora Flax se va transformando, la relación con Lou avanza, él quiere estar para ella. Aporta nuevas lecturas que intentan romper la tensión imaginaria de competencia entre madre e hija. Cuando Charlotte escapa, la señora Flax rápidamente cierra interpretando que quiere molestarla, sacarle canas. Lou desde un lugar tercero puede decir con tranquilidad que lo hace porque tiene un problema y seguramente tiene miedo de hablarle. Él normaliza a la familia, comen juntos una comida casera, comparten momentos y esto espanta a la señora Flax, lo que la lleva a provocar a Lou, le busca peleas y se la hace difícil. Él cae en la trampa y comete un error. La sirena Flax no puede estar enjaulada, plantearle un ultimátum, o nos casamos o termina la relación, está, a todas luces, destinado al fracaso. Por qué querría esposar a quien no puede parar de escapar, qué apuro hay. Es una situación clásica, frente el alejamiento del otro, en la desesperación se lo quiere atar, que no escape, no son fáciles de soportar los tiempos del otro, siempre son distintos a los de uno. Ese planteo de Lou dispara un acting de la señora Flax que besa a Joe frente a Charlotte. Eso nos lleva al segundo plot point de la película.

El segundo desencadenamiento conjuga sexualidad y muerte más explícitamente. En un hermoso acting de Charlotte, vestida y peinada como su madre va a tener sexo con Joe, justo en el momento su hermana tiene un accidente, en el agua ni más ni menos, y casi se ahoga. Llenándola de una culpa incalculable. Como un castigo divino por haber pecado, Charlotte se encuentra en una pesadilla, en especial para una mujer que osa gozar de su sexualidad. No pudo ser santa como en sus fantasías, ser una mujer deseante puede ser mortal en esa lógica.

Esa situación lleva a la ya necesaria confrontación entre la señora Flax y Charlotte, en donde la última le grita «¡no te vayas! ¡no soy invisible!», cosa que podría haber gritado Lady Bird en vez de tirarse del auto, distintos recursos, del acting de Charlotte al pasaje al acto de Lady Bird. Ese grito es escuchado por la madre y lleva a una larga discusión donde se dicen cosas muy fuertes. Que al final permite a la hija preguntar por su padre y terminar con su fantasía de regreso. Si deja de esperarlo puede pasar a otra cosa. Ahora no lee sobre la vida de los santos sino sobre mitología griega.