La película elegida es Siniestra obsesión (Night And The City, 1950) de Jules Dassin.
Este sería el primer film noir del newsletter, quizás un poco tardío, porque este género muestra muchos entrecruzamientos con el psicoanálisis, siendo, dependiendo el caso, más o menos central a la trama, lo vemos en Cuéntame tu vida (Spellbound, 1945) de Alfred Hitchcock o en La cicatriz (Hollow Triumph, 1948) de Steve Sekely y Paul Henreid pasando por La mentira maldita (Sweet Smell of Success, 1957) de Alexander Mackendrick película de la que quizás escriba más adelante. Siniestra obsesión justamente no tiene nada de psicoanálisis, puede que sea mejor, no hay necesidad de discutir teoría con una película, mejor es disfrutarla por su valor artístico y quizás decir algo de eso. Si ese arte está logrado no dejará de tocar alguna verdad que en algún punto resuene con algo que se puede escuchar en el consultorio.

Una posible línea de análisis es la de un sujeto que es un hustler, palabra de difícil traducción, podríamos llamarlo un buscavidas, un poco estafador y otro poco mentiroso, alguien que se las rebusca. En este caso, alguien que quiere salvarse con un negocio, a cualquier precio, que no aprende de la experiencia. Si encontró ese negocio tantas veces y nunca funcionó uno podría suponer que debería cambiar la estrategia, probar de otro modo a ver si consigue otros resultados. Para Harry Fabian (Richard Widmark) ciertamente no. Tal es el ímpetu de Harry que sus emprendimientos son de ámbitos de lo más variados, desde petroquímicos hasta promotor de lucha libre, de turismo a productor musical y la lista sigue y sigue. Todas empresas destinadas al fracaso, no por malas ideas sino porque quien las dirige es alguien que quiere el dinero y no el trabajo que lleva conseguirlo, que incluso puede no ser mucho. No se trata de resaltar la dignidad o la moral del trabajo, sino de cierto compromiso más allá de la sed de dinero. Por como lo vemos manejar el armado de la gran pelea es alguien muy inteligente, tiene muchos recursos, pero van por el lado de la trampa y el engaño, acompañados quizás de cierto «gusto» por el fracaso. Eso es quizás lo central y lo más interesante de señalar, cómo puede ser que alguien tan capaz, con tantos recursos e ingenio, falle constantemente, con resultados cada vez más dañinos para sí mismo.
Ese gusto que entrecomillamos es lo que sorprende al que cree en la racionalidad de las acciones de los hombres, si pudiéramos preguntarle a Harry si encuentra algún placer en que sus proyectos terminen en desastre, seguramente diría que no, y si se tratara de empatía uno podría creerle sin dudarlo, quién querría fundirse una y otra vez. Como el análisis no va por la vía empática o identificatoria, podríamos mirar al detalle y ver cómo se excita Harry cada vez que encuentra un nuevo negocio fácil, siempre tiene algo de engaño, de treta y siempre es la salvación, es tomado por una excesiva felicidad que nos llama la atención. Nuestro amigo Harry no es más que un Quijote de los bajos fondos. Porque esa sonrisa que muestra cuando lo tiene no es sólo el gusto por haber encontrado la solución a todos sus problemas. Es también la que lo acompaña un poco más hasta el tener que huir de los golpes de los acreedores, del tener que rogar a su pareja, a sus conocidos, a sus enemigos incluso, por unas monedas. El quedar en la lona y tener que volver a empezar. Esa compulsión está más allá del placer claramente, pero tampoco es simple displacer. Harry le está dando vueltas a un círculo del que no puede salir y aunque pueda decir que quiere salir, que por eso busca sus nuevos negocios, si se lo deja hablar podría llegar a reconocer que tampoco está tan convencido de salir de ahí.
Nadie está exento de ese paradójico accionar, quizás no tan extremo como con Harry, aunque también hay ejemplos de ese tipo. La lógica es parecida a la que planteamos cuando hablamos de El francotirador, pero sin la vivencia traumática explícita. No es que Harry falló en su primer negocio y ahora repite sus fracasos una y otra vez sin recordar una primera escena. Es claro que no funciona así, salvo en algunas películas con guiones un poco flojos, que además agregan el factor geográfico en donde el personaje vuelve al lugar del trauma y sólo por eso recuerda la escena reprimida y se resuelve el conflicto. En la película que tomamos, aunque un poco paródica, se preocupan por mostrar lo dramático de estar atrapado en la repetición sin saber por qué ni cómo resolverlo, incluso sin que haya una causa explícita. Eso es lo perturbador de la repetición, nos encontramos en ella como si una fuerza exterior nos pusiera la misma piedra en el mismo lugar del camino. Al protagonista le pasa eso, siempre es algo ajeno lo que le impide continuar con sus empresas, nunca reconoce su parte en ello. Eso quizás es lo más difícil para cualquier sujeto, salvo quizás el melancólico que ve en él la causa de todos sus males y los de los demás. En general se culpa al destino, a la mala suerte, hasta quizás al enemigo, pero caer en la cuenta de que es uno el que produce esas malditas repeticiones no es fácil de ver.
El ejemplo clásico de la mujer que se casa y muere su marido, vuelve a casarse y otra vez enviuda y quizás por tercera vez un fatal destino la encuentra mirando al cielo y preguntando por qué a mí, es arquetípico de este tipo de repetición ya que, si no es una homicida, sobre esos desenlaces no tuvo participación. Aun así, tiene que ver con eso, es por esto que el texto freudiano en su primera traducción se llamó Lo siniestro. El protagonista de –buen título– Siniestra obsesión nos muestra un detalle más, que es que su círculo gira bordeando a un objeto, uno que cree poder obtener y que aun si lo consigue no será suficiente porque no hay objeto que termine de cubrir esa necesidad, por eso es que insiste compulsivamente en conseguirlo.

Ya que estamos hablando de repetición no podemos dejar de tomar un tema recurrente en este newsletter, presente en la película y que se cruza en la búsqueda de Harry Fabian. Es la tensión entre tradición y modernidad, presentada en un conflicto padre-hijo que muestra la clásica tensión de las generaciones. La tradición está representada por el gran luchador griego Gregorius (Stanislaus Zbyszkom, actor nacido en el siglo XIX en un país que ya no existe) «el mejor luchador que el mundo ha conocido», padre de un mafioso representante de la decadencia del presente, en este caso haciendo de la lucha un espectáculo vergonzoso para el padre que ama la lucha greco-romana por su belleza y su arte, (deporte ya citado en otra edición del newsletter con la película Foxcatcher). El hijo ve en su padre a un representante de lo antiguo, que no entiende los tiempos que corren ni cómo funcionan las cosas ahora. El padre ve en el hijo a un tarado, «¿para esto me trajiste de Atenas?» le pregunta incrédulo. Aun así, es un padre amado y respetado por Kristo hijo, por eso Harry queda en un lugar muy complicado, aun si su plan funciona se consiguió un enemigo muy poderoso.
En el contraste planteado no es claro quién tiene razón, si es que alguien la tuviera alguna vez. El planteo de Gregorius es válido, la tradición milenaria del deporte que practica no puede borrarse de un plumazo. Kristo también tiene un punto, los gustos e intereses cambian con el tiempo, no se puede ser tan solemne con ciertos temas, en especial si apuntan al entretenimiento. Eso es algo que pasa y pasó siempre, con la música es más claro, quizás porque en la época de la película estaba surgiendo el rock, música que los conservadores despreciaban acusando de pelilargos y otras cosas tanto a oyentes como representantes. Una lectura un poco menos descriptiva quizás nos lleve a pensar que lo que se pierde de la tradición no es porque los tiempos cambien, sino porque ya no es negocio y tanto Kristo como Harry rechazan cualquier belleza si se trata de acaparar más billetes. Ese eso es lo único que quiere nuestro protagonista, lo que lo lleva a su muerte y también parece ser que el hijo del luchador busca lo mismo, aunque probablemente la diferencia esté en el gustito del que hablábamos antes, uno gozaría del perderlo y el otro de acumularlo. No por eso el mafioso pierde menos, despide a su padre que es el único que, fiel a sus convicciones, muere de manera honorable. Esa moral de la película no es necesariamente la nuestra, no hace falta morir para mostrar convicción o que algo funciona. Pero en una tragedia como esta no había otra forma de hacerlo.
